09 octubre 2006

Iverson, recoge tu iPod

Inmerso en un mundo. En el suyo. Apoltronado en el banquillo, con la mirada sin objetivos. Respirando con desidia. Súper concentrado o muy distraído en las canciones de su iPod. Parece que Allen Iverson, el base de los Philadelphia 76ers, esté en el andén del metro, esperando el autobús o distraído en el aeropuerto. Pero no, está ante unos individuos extraños para él. Unos llevan grabadoras, otros cámaras y algunos unas libretas pequeñas. Periodistas. Ni los mira.

A su lado, su entrenador, Maurice Cheeks, dice que no sabe nada del Barça, su rival mañana en un amistoso. Y se ríe. Qué más da, al fin y al cabo, Ellos forman parte de la Liga universal. De la NBA. De la competición en la que el ganador se corona, se autoproclama el mejor del mundo. No les importa saber contra quién jugarán o si algún jugador, por una sucesión rara de los astros, es muy bueno. No les importa.

No va a hablar

Minutos después, Iverson, sin su enorme reloj, –acaba de entrenar, no sería demasiado serio que lo llevase puesto– se levanta. Como por obligación. Por desidia. Los periodistas casi ni se inmutan. Está claro: no va a hablar. Porque ya lo hizo el día antes tras un clínic –por la mañana, tras el entrenamiento, desapareció por una puerta mientras la prensa bajaba al parquet; después apareció dos veces y ni habló–. Y el lunes, cuando atendió a los medios bien cómodo en una silla. Iverson se aleja rodeado de agentes de seguridad.

Estaba previsto que fuera uno de los jugadores que aparecieran en la rueda de prensa tras el amistoso ante el Barça en el Palau Sant Jordi. Pero no lo hizo. ¿No pudo soportar que un equipo europeo le ganara? Quizás no llegó a comprender por qué ese número 11 (Navarro) era más efectivo que él, como el 5 (Basile) lo bordaba desde la línea exterior. ¿Y él? ¿Qué hacía él? Lamentarse. Fallar tiros libres. Dejar de ser el líder que suele ser.

Estrella de la divina liga


No me gustó
la actitud de Iverson ante la prensa. Pero, eso sí, me encantó cómo trató a jóvenes deportistas con discapacidades. Cómo les animaba para que anotasen canastas, cómo les sonreía. “Venga, venga. ¡Una más!”, les arengaba. Me demostró que además de estrella de la divina liga, de formar parte de ese star system, también era humano. Lo más importante. Lo mejor.

Cada vez que voy a mi querido Palau Blaugrana 2, al Picadero, veo a una sucesión de niños, jóvenes y adultos acceder al parquet para hablar con las jugadoras. Para hacerse una foto con las jugadoras. Con Marta Fernández, con Érika De Souza. Con las visitantes –muy reclamadas estuvieron en su día, por ejemplo, Kelly Schumacher y Núria Martínez–. Me encanta ver cómo sonríen los más niños y los que no lo son tanto. Se llevan firmas y fotos de gente que, por cómo está planteada la sociedad, ni son tan mediáticas ni acumulan tanta riqueza y reconocimiento como otros. Que ni viven en su mundo ni se apartan al ver a los periodistas. Así tendrían que ser todos los deportistas: accesibles, humanos. Al fin y al cabo, ¿quién informa sobre su trabajo? ¿Quién les da a conocer? Iverson, por favor, recoge tu iPod.